Se Tenía que Decir

Una mirada a la “Narco Cultura” del israelí Shaul Shwarz. 1

Querétaro, Qro., a 05 de marzo de 2020 – El documental del israelita Shaul Shwarz, nos adentra a un sombrío mundo en el que el estatus económico juega un papel muy importante en la vida, alcances y búsquedas de una cultura emergente del violento mundo del narcotráfico. La lucha de poder, el mayor alcance en territorio, la opulencia y el exceso, se convierten en una meta, meta perseguida por jóvenes que se sumergen en esa realidad, jóvenes que observan y asimilan como un anhelo conductas que en otros tránsitos histórico pudieran haber sido rechazadas, inclusive despreciadas.

La definición de cultura de Franz Boas incluye los términos reacciones y actividades, mentales y físicas que caracterizan las conductas dentro de un grupo social. El consumo de drogas en nuestro país data de años ancestrales, la problemática del narcotráfico cobra fuerza en los años 60, cuando el Presidente Miguel Alemán crea la desaparecida Dirección Federal de Seguridad, sin embargo, con el tiempo, se comprobó que altos mandos de dicha dirección comenzaron a involucrarse en las largas listas de miembros del crimen organizado, y así lo permitían.

Para el año 2000 se da un cambio que pareciera ser el surgimiento de la democracia en nuestro país, sin embargo, el tiempo nos demostraría que no era así. En el año 2000 el ciudadano Vicente Fox toma la presidencia de la Republica a través del sufragio. En el año 2001 son derribadas las torres gemelas de los Estados Unidos, provocando una ola de caos como consecuencia del nombrado terrorismo por parte del país vecino. Entre las medidas determinantes por este país para evitar el ingreso a su territorio de los llamados terroristas fue blindar sus fronteras, esto provocando que el tráfico de drogas provenientes de Sudamérica y México fuera más difícil de ingresar por la seguridad implementada por aquel país. En un contexto de violencia estancada en nuestro país “la violencia organizada resulta necesaria al sistema social imperante y a cierto tipo de sociedades peculiares como la mexicana, donde los ilegalismos han estado incrustados en las estructuras de las instituciones y del poder público, y que se extienden hacia las esferas privadas”.[1]

En el año 2006 es electo Presidente de la Republica el ciudadano Felipe de Jesús Calderón Hinojosa y con él su estrategia política para acabar con sectores del narcotráfico declarando la guerra a cárteles de nuestro país que habían permanecido ocultos para la sociedad, estrategia fallida que generó 150,000 muertes aproximadamente y más de 90,000 desaparecidos tan solo en su sexenio. (Hernandez, 2016)

La guerra contra el narcotráfico tuvo como consecuencia el surgimiento de nuevas modas, nuevos significados y una manera diferente de comprender la violencia a través del surgimiento de personajes a manera de emblema, en ese sentido con “una suerte de arraigo orgánico en sus poblaciones de origen, y han sido respetados, alzados y hasta entronizados a la categoría de «héroes» (o «antihéroes»), en torno a los cuales perviven aún creencias y mitologías sobre pretendidas bondades, aventuras y hazañas”. (Solis, SCIELO.ORG, 2012)

Las nuevas formas de expresión artística comienzan inclinarse a una realidad emergente de las formas más atroces y representaciones máximas de violencia, se apoderan de formas diversas que se pueden categorizar en música, cine, pintura incluso en figuras de culto religioso, al respecto:

“Como es el destino de casi todas las formas simbólicas de la cultura, que se gestan desde los fondos sociales como creencias, entre detalles de realidad y certidumbre, medias verdades y reiteraciones y mentiras, que luego se expanden al resto de las comunidades, y que más tarde son utilizadas por los medios de masas según sea la fuerza primigenia de las mismas”[2]

La narco cultura como una forma de expresión social se manifiesta en cierto sentido en apología del crimen, o como se refiere en el texto Procesos de institucionalización de la narco cultura en Sinaloa, de la revista científica Scielo:

 “La narcocultura es una expresión que ha figurado desde la década de los setenta en algunas localidades del estado de Sinaloa. Tiene un universo simbólico particular que se manifiesta prácticamente en todos los elementos que componen a una cultura (Berger y Luckmann, 2003; Sánchez, 2007) y, lo más importante, se ha apoderado del imaginario colectivo de gran parte de la población rural y citadina sinaloense.”[3]

Analizar el contenido del cine de no ficción desde una mirada social (no artística ni en el mínimo sentido técnico) en un tema delimitado en el cine, puede generar una posición de riesgo, incluso provocar una ruptura en lo que se conoce como trabajo de investigación científico y cine de no ficción. En el sentido de la realidad y el cine documental la directora Marceline Loridan refiere “El cine es por fuerza subjetivo, implica siempre una relación subjetiva con la realidad, y la porción de realidad que se selecciona depende de la sensibilidad, de las emociones, de los pensamientos, esto es de nuestro interior”.[4] Pero más allá de una expresión artística, quiero partir de la idea escrita por la doctora Anajilda Mondaca Cota en su texto Narrativa de la narco cultura. Estética y consumo: “más allá de los significados otorgados al arte y a la belleza-, la estética cotidiana, representa, en esta aplicación/análisis, la cristalización de las idealizaciones fácticas de quienes simpatizan con la narcocultura”.[5] (Cota, 2014)

En el documental narco cultura que surge en el año 2013 nos amplía el panorama de una cultura paralela que surge en nuestro país hace ya varias décadas. Los hechos están situados en Ciudad Juárez Chihuahua. El director contrasta las diferentes concepciones entre un criminalista de aquella ciudad y un cantante del denominado movimiento alterado o narcocorridos que radica en Estados Unidos, los diferentes significados y la manera distinta de asumir una postura ante el mismo hecho que refleja una dicotomía de la misma realidad.

El narcotráfico ha alcanzado el mundo del status económico, la imagen de un narcotraficante convierte en motivo de éxito económico, además de un excelente producto de consumo que se mezcla con tendencias de moda que se apropian a manera de metas para los que interactúan en el ambiente de las ciudades conflictuadas por este suceso o lo que refiere el autor Arnoldo Delgadillo refiriéndose al estudio de Ramírez Paredes “Es, en primera instancia, un producto social complejo que expresa diversas contradicciones e insuficiencias sociales, culturales, educativas, económicas, políticas, geográficas, etcétera. Por otro lado, los narcotraficantes son, en conjunto, un actor social que incide de manera considerable en, exactamente, diversos asuntos de las mismas áreas señaladas”. (moda., 2017)[6]

La apología del crimen por una parte, a través de canciones que legitiman el comportamiento que si bien no es legal, si se acepta por diversos sectores en la ciudad como refiere Delgadillo “Narco se vislumbra entonces como un prefijo multiusos, se le usa en narcocultura, narcoarquitectura, narcoliteratura, narcocorrido, pero en todos sus usos se da para acotar al grupo social referido” (moda., 2017), inclusive pareciera verse como una fiesta de lo colectivo. Por otra parte, personas que en su vida cotidiana, tiene que lidiar con la muerte, el dolor y la desesperación de vivir con temor al ver a compañeros, padres, madres, hermanos, hermanas, hijos e hijas que desaparecen para ser encontrados despedazados, decapitados en un ritual que para algunos es sinónimo de poder, y para otros solo es sinónimo de tristeza y frustración ante la impotencia de no tener respuestas claras ante dicho fenómeno, se convierte en un calvario, o en algunos casos, en una rutina ya normalizada por vecinos, funcionarios, reporteros y trabajadores.

CONTINUARÁ…


[1] (Solis, SCIELO.ORG, 2012)

[2] (Solis, SCIELO.ORG, 2012)

[3] (Godoy, 2009)

[4] (Varios, 2006)

[5] (Cota, 2014)

[6] (moda., 2017)

En opinión de Alberto Jurado

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