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Pobreza desconfinada: Miraba esas nubes

Por: Enrique Kato Vidal.

Algunas personas se entusiasman y encuentran enormes oportunidades en este mundo de permanente cambio y resultados aún por escribirse. Para otras personas, su realidad inmediata es observar un ritmo de innovaciones tan acelerado que es difícil mantenerse actualizado e inevitablemente llega una consecuencia indeseada, la obsolescencia de habilidades. A lo largo de cualquier sociedad, el trabajo es una presencia constante. Salvo en las familias de muy alto ingreso, aquellas que viven de sus rentas e inversiones financieras, casi la totalidad de las personas obtienen su sustento y nivel de vida a través de algún tipo de trabajo. Están aquellos trabajos sencillos que requieren poca experiencia o capacitación, también están aquellos empleos pesados y demandantes dado el esfuerzo físico que exigen, por ejemplo, en una jornada a la intemperie. También están las ocupaciones muy satisfactorias por ayudar a otros a mejorar su salud o por transformar sus vidas al brindar recursos materiales o psicológicos.

La historia se repite cada dos años. Primero se reúne información de la economía de los hogares y luego desde el gobierno se dan a conocer las cifras oficiales de pobreza. Al conocer la intensidad de pobreza en el país, se puede valorar los retos que se tienen como sociedad y calificar si se logran avances al paso del tiempo. Para no complicar las cosas, se puede afirmar de forma puntual que en México la mitad de la población está en pobreza. Actualmente ello equivale a cerca de 60 millones de personas. Esa es la magnitud reconocida en las cifras del gobierno. Aunque ha habido altibajos en el tiempo, el porcentaje de pobreza no ha sido muy distinto al 50% en los últimos 30 años, excepto en la secuela de la gran crisis de 1995.

Medir la pobreza durante una crisis debe considerarse más un experimento social que una auditoría fiable. Ciertamente se puede fechar cuándo surgen los primeros indicios de que vendrá una crisis, pero su estallido es azaroso e inesperado. Sabemos que cada dos años, porque así está programado, se realiza la encuesta para medir la pobreza. En cambio, el impacto de una crisis no tiene fecha previsible y, sin embargo, a veces coinciden. En 2020, tuvimos simultáneamente una crisis económica provocada por covid-19 y ocurrió, según lo agendado, el levantamiento de la encuesta de ingreso y gasto de los hogares (Enigh) durante los meses de agosto a noviembre, que es una encuesta muy valiosa. Se recogió destacadamente información en más de 100 mil hogares en todo México utilizando una metodología con estándares internacionales. Sólo que es necesario tomar precauciones de cómo interpretar sus resultados. Salvo la encuesta de 1996, que describe la pobreza ocurrida por la crisis de 1995, no hay otro antecedente inmediato con que comparar el aumento de pobreza de 2020.

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Las crisis son episodios de desempleo, pérdida de negocios y repunte de la pobreza. Eventualmente, se desvanecen los efectos de la crisis y retoman su lugar la normalidad social y económica. Citando libremente a Serrat, terminada la crisis, un país pobre volverá a su pobreza normal y un país rico volverá a su riqueza usual. En México, las recesiones (crisis) de 2002 y 2008-2009 no produjeron un impacto notorio en la evolución de la pobreza, como sí ocurrió durante 1995-1996. Esa crisis a mitad de la década de 1990 fue profunda y sus efectos fueron duraderos. La escalada de inflación provocó una gran pérdida del poder adquisitivo de los salarios, se multiplicó el desempleo y el subempleo, se acumularon créditos impagables y creció el endeudamiento del gobierno.

En 1994 se calculaba que el 52% de la población estaba en pobreza. Para 1996 era el 69 por ciento. Fue lento el proceso de recuperación de los niveles de bienestar precrisis. No hubo un plan para ir más allá ni buscar que la pobreza fuera aún más baja, por ejemplo, del 10% o el 30 por ciento. No se crearon las capas necesarias de bienestar para que ello fuera posible, tampoco se dio una mayor protección social para aliviar el empobrecimiento. La vida social siguió su curso normal y luego de media década de mejoría, se detuvo el descenso de la pobreza, volviendo a su valor habitual: 50% de las personas. Sólo recientemente se ha observado tasas de pobreza más bajas, por debajo de 45 por ciento, en las encuestas de 2016 y 2018.

El covid-19 creó una crisis económica distintiva, ya que no tuvo causas financieras, sino de salud pública. Hay similitudes y diferencias con crisis pasadas. Al igual que otras crisis se paralizó la producción. La caída del PIB fue de -8% en 2020, una contracción mayor al -6% de 1995. Repuntó en unas pocas semanas el desempleo por todo el país y golpeó más fuerte en los destinos turísticos. Primero se observó el despido de trabajadores con contrato eventual y, al poco tiempo, la cancelación de empleos ‘permanentes’ o contratados por tiempo indefinido. Esto es, las medidas de confinamiento social provocaron algunas de las complicaciones de una crisis de gran magnitud.

A diferencia de crisis pasadas, la del covid-19 tocó fondo en poco tiempo. La caída pudo haber ocurrido en sólo 100 días. El decreto de confinamiento ocurrió en marzo de 2020 y en julio el sector empresarial comenzó muy paulatinamente la reapertura de negocios. Con éxito desde el verano de 2020 ha habido recuperación económica y los indicadores de ventas y empleo muestran esa tendencia al alza. Es difícil identificar si la recuperación sigue en proceso o si ya ha concluido. Esa incertidumbre se debe a que desconocemos cómo o cuál podría ser la nueva normalidad coexistente con el covid-19. En ese contexto de incertidumbre, convulsión y desconfinamiento se levantó la encuesta de los ingresos de los hogares de donde se obtienen los datos para la medición de pobreza.

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Dada la magnitud de la crisis, era completamente esperado que hubiera más pobreza en 2020. CONEVAL, la institución encargada de calcular esas cifras, reportó que el porcentaje de personas pobres aumentó de 42% a 44% de 2018 a 2020. Es un aumento que sumó a cuatro millones de personas más a la pobreza. Habría que notar las diferencias de los años que se comparan. En el año 2018 había una relativa normalidad, creación de empleos y crecimiento económico. En cambio, en 2020, aunado a la caída en la producción y las ventas, se perdieron 500 mil empleos registrados al IMSS, cerca del 3% de los empleos. La falta de ingresos laborales implicó que más personas y familias no pudieran mantener su estándar de vida y empobrecieran.

Pasado un año de que vivimos el mayor colapso económico y confinamiento social por el covid-19, se han recuperado los empleos perdidos. A diferencia de 1995, la inflación se mantiene baja y estable, aunque es mayor a la meta oficial del 3 por ciento. Esto evita un deterioro generalizado de la capacidad de compra de los hogares. En perspectiva, en la siguiente medición de la pobreza en 2022 ya no deberían quedar señales de la pobreza que surgió en 2020, período que algunos desean borrar de sus vidas. Este repentino brote de pobreza se va diluyendo relativamente rápido. El reto está en otra parte, en cómo quitar esa herencia negativa de 40% de mexicanos en pobreza que trasciende décadas y generaciones. Para avanzar, CONEVAL señala los dos aspectos más apremiantes. Ampliar el sistema de salud y seguridad social para dar cobertura a más de la mitad de la población que carece de esos derechos y procurar ingresos laborales suficientes para satisfacer las necesidades de una vida digna.

Contacto enriquekato@uaq.mx

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