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Casa propia: Amanecí muy lejos de aquí

Por: Enrique Kato Vidal (enriquekato@uaq.mx)

La desigualdad es un sello que caracteriza a los países pobres. Quizá, contrario a lo deseado, cuando se logra algo de desarrollo, la desigualdad aumenta, en vez de disminuir. Hay muchas formas para describir la desigualdad. Por ejemplo, las diferencias de ingreso o contratación entre hombres y mujeres que hacen un mismo tipo de trabajo o las diferencias de bienestar entre dos regiones de un mismo país. Son esas y otras diferencias las que aumentan con el paso de los años. En esta oportunidad conversaré sobre las diferencias de las oportunidades para hombres y mujeres. También aprovecharé el espacio para compartir cifras del censo de población 2020.

El panorama reciente muestra que México sigue polarizándose en pocas regiones que tienen un éxito relativo y, en cambio, languidece la mayoría del territorio en donde se percibe que se alejan las alternativas de desarrollo. Las opciones para hombres y mujeres no son sencillas, especialmente para quienes viven en regiones donde sus contemporáneos aspiran a migrar a otra ciudad, dentro o fuera del país, en cuanto cumplan mayoría de edad o terminen sus estudios. Esa conversación generacional reconoce las diferencias en las oportunidades de empleo y de negocio y, eventualmente, se irán para sumarse como residentes a esos pocos lugares con crecimiento. En contraparte, muchos otros lugares irán perdiendo a su población y este flujo migratorio se mantendrá por décadas.

Tres ciudades a las que siempre se piensa migrar son las metrópolis de Ciudad de México, Monterrey o Guadalajara. Pero en ellas, se percibe que ya no cabe un alfiler y el costo de vida es extremadamente alto. Por tanto, una mejor decisión es elegir como destino de estudios o de trabajo a una ciudad de tamaño intermedio. En principio, estas ciudades intermedias tienen un costo de vida no tan alto. Sin embargo, año tras año, en la medida en que se van recibiendo miles y miles de nuevos residentes, la vivienda puede escasear e ir aumentando de precio. En una situación favorable para los nuevos residentes, se podría acompañar el éxito económico de la ciudad con una acelerada construcción de vivienda. Con ello habría una expansión del número de residentes y se evitaría una escalada desorbitada en el precio de las viviendas.

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Esa sería la situación del México reciente, efectivamente se ha logrado ampliar la base económica y poblacional de algunas ciudades de tamaño intermedio. Sería discutible si nombrar o no como desarrollo a esta tendencia. Parece ser desarrollo cuando una ciudad se expande y aumenta el nivel de vida de su población. Resulta más difícil calificar como desarrollo a una ciudad que para expandirse absorbe recursos de las regiones a su alrededor. Por ejemplo, aquella que atrae migración, que acapara inversiones o desincentiva a que nuevas empresas se instalen en lugares marginados. Desafortunadamente, eso es lo que se observa. Mirémoslo de otra forma. Idealmente, una ciudad que se desarrolla debería ser fuente de bienestar para otras ciudades de su región, lográndose un desarrollo compartido. Así, disminuiría la desigualdad al esparcirse más ampliamente el bienestar y el desarrollo.

Al centro, al norte y al sur. Con la información del censo de población (censo2020.mx) se pueden identificar los lugares que han tenido el mayor crecimiento y que han atraído a más población. Descontando las tres metrópolis (CDMX, Guadalajara y Monterrey), hay cinco estados que han duplicado el número de viviendas particulares en los últimos 20 años (2000-2020). Estos estados son: Quintana Roo en el sur; Puebla, Guanajuato y Querétaro en el centro y Baja California en el norte. Su expansión de vivienda ha sido alta (3% anual), en comparación al país (2% anual). En cada uno de estos estados se construyen entre 20 mil y 30 mil casas nuevas cada año.

No queda duda que el nuevo crecimiento urbano en México está liderado por este grupo de estados con ciudades intermedias. En esa lista hay viejos conocidos (Puebla, Guanajuato y Baja California) que han tenido un crecimiento duradero, al menos, desde 1990. La novedad, confirmada por el último censo, es la expansión de Querétaro y Quintana Roo, especialmente desde el 2000. Hacia el futuro, sería deseable que se sumen nuevas ciudades intermedias al desarrollo nacional. Para lograrlo, se necesitaría una combinación de política urbana y promoción económica. No es una meta sencilla, aunque sí es muy necesaria.

Cuando un hombre, o una mujer, elige como destino de vida una ciudad en expansión reconoce las oportunidades laborales. Sabe que su ingreso será mucho mayor que el que recibiría en su lugar de origen. Quizá, lo que desconocen es qué tan caro es rentar o comprar una vivienda. De cualquier manera, cada año surgen 330 mil nuevos hogares en estos cinco estados al centro, norte y sur de México (Fuente: ENIGH, 2008-2018). Esa cifra sería menor sin el flujo constante de personas que eligen como su nueva residencia a esos estados. Además, sin importar que se tenga poco o mucho tiempo de residencia, nadie se escapa del elevado costo de vida de esas ciudades.

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La aventura parece llamar más a los hombres que a las mujeres. En los estados en expansión, es mayor la proporción de hogares encabezados por un hombre, en comparación al resto de México. Esta diferencia es consistente si suponemos que principalmente los hombres son los migrantes. A su llegada, se requiere tener un techo donde vivir. Por lo cual, se explica que haya un porcentaje creciente de hogares que alquilan el lugar que habitan, lo mismo ocurre si los jefes de familia son hombres o mujeres. Si bien se esperaría que con el tiempo disminuya la vivienda en alquiler y aumenten los dueños de casa propia. Esa tendencia es más probable que suceda en una ciudad con crecimiento y no en una ciudad con alto aumento poblacional y creciente costo de vida.

Desafortunadamente, no están disponibles al público suficientes estadísticas para conocer las diferencias entre el tipo de vivienda según sea hombre o mujer el jefe de familia. A pesar de ello, se sabe que, en comparación a los hombres, hay una proporción pequeña de mujeres que reportan tener un crédito y estar pagando la casa en la que viven y que existe una proporción alta de mujeres jefas de familia que declaran vivir en una vivienda prestada. Dejando de lado la explicación que el hombre suele ser la cabeza de familia, se debe reconocer las dificultades que enfrentan muchas mujeres para adquirir una casa propia, ya sea como consecuencia del bajo nivel de ingreso de muchas mujeres o dadas sus trayectorias laborales menos ventajosas.

En consecuencia, no han sido mujeres, sino mayoritariamente hombres quienes han aprovechado las oportunidades que se han creado en Quintana Roo, Puebla, Guanajuato, Querétaro y Baja California. Los beneficios los reciben más los hombres que las mujeres, ya que tienen una mayor participación laboral y porque hay más hombres migrantes, incluso en la migración interna de México. El resultado no es alentador. Se ha rezagado el bienestar de quienes se quedan a esperar el desarrollo en sus regiones. Aun así, la reacción de las personas es variada respecto a la desigualdad. Para unos, la desigualdad es algo normal, incluso algo necesario, y que no debería reducirse porque, según dicen, sería un freno al progreso. Para otros, la desigualdad es algo transitorio que se cura con el tiempo y que no requiere ninguna intervención. Finalmente están quienes creen que la desigualdad es un problema serio, el cual requiere ser atendido, ya que ignorar el problema solo traerá mayores costos para las generaciones actuales y futuras.

SIC mx

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