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Presentación del libro ¿Dónde están? Migrantes queretanos desaparecidos, de Agustín Escobar Ledesma

Guillermo Pereyra (CENADEH-CNDH)

Me siento honrado y agradecido de haber sido invitado a presentar el libro de Agustín Escobar Ledesma ¿Dónde están? Migrantes queretanos desaparecidos, el cual, como su título lo anticipa, se propone investigar la desaparición de personas del estado de Querétaro que emigraron a Estados Unidos para mejorar sus condiciones de vida. Este libro nos muestra que Querétaro, el supuesto “oasis” en el desierto de la violencia generalizada de las últimas décadas, también tiene personas que no se sabe si están vivas o muertas; ese estado donde “todo está bien” desnuda la terrible verdad de este país, sus cimientos más profundos, que es la desaparición masiva de personas, un fenómeno que no ha dejado de suceder.

El autor se pregunta no sólo dónde están los desaparecidos, sino que, además, se plantea si viven o no, quiénes son, qué han hecho, qué sienten sus familiares que esperan angustiosamente la señal de que aún estén vivas. Agustín Escobar afirma que su objetivo es documentar “casos de migrantes queretanos desaparecidos de los cuales la sociedad queretana no está enterada”. Es decir: documenta lo que no es público, a saber: las desapariciones de campesinos de la Sierra Gorda que viajan al Norte. Hacer público lo que no lo es, es el acto político primero y fundamental. El libro permite, en primer lugar, que conozcamos los hechos aludidos, que nos informemos como ciudadanos; en segundo lugar, hace aparecer, a través de la escritura, a quienes no están y no sabemos dónde están. Agustín Escobar interpela a la sociedad con su investigación, les da voz a los que no tienen voz, habla por lo que no pueden hablar. Hannah Arendt propuso en su libro La condición humana que la pregunta política por excelencia es “¿quién eres tú?”, porque es el interrogante que se le hace a alguien que aparece públicamente, que se presenta ante los demás en la esfera de los asuntos comunes. Aquí, frente a tantos desaparecidos y desaparecidas –según este estudio hay 684 queretanos y queretanos cuyo paradero es desconocido– la pregunta que plantea el libro –¿Dónde están?– es, con toda razón, política: porque si la política consiste en aparecer ante otro u otra para dialogar, polemizar e intercambiar puntos de vista, con vistas a generar una iniciativa común, en México las desapariciones muestran que lo que está herida no es sólo la sociedad, sino también la política y, por consiguiente, su principal concepto: el espacio público de la aparición.

El libro se mueve con soltura entre la investigación periodística y el ejercicio político de memoria. El senador Gilberto Herrera Ruiz se refiere a la “memoria documentada” que produce este libro, y aquí es importante destacar que uno de los grandes aportes del trabajo de Agustín Escobar es el inmenso trabajo de registro de víctimas. El autor va a la caza de cualquier dato o indicio que permita reconstruir el contexto en que se dio la desaparición de una persona. Me animo a decir que Agustín Escobar pertenece a la estirpe de lo que el escritor austríaco Karl Kraus llamaba el “hombre total”, el ser humano que hace todo lo que está a su alcance, que no deja nada sin hacer, para atisbar, en el tiempo homogéneo y vacío, los detalles salvíficos de la historia. Hizo efectivamente todo: reunió datos y sistematizó estadísticas, visitó y recorrió durante 3 años 18 municipios de Querétaro buscando fuentes de información microsociales (tienditas, tortillerías de las comunidades, etcétera), registró nombres, coleccionó historias (porque este libro propone que una persona no es sólo un dato sino un tejido de historias), cumplió funciones que son responsabilidad del Estado (hizo lo que no hacen las fiscalías y las autoridades que es investigar las desapariciones; incluso –como afirma Marcela Turati en el prólogo–, “levantó un censo más preciso que cualquiera que pudiera hacer el INEGI”), emprendió tareas de investigación, pero no las que lleva a cabo el investigador que está cómodo en su silla y escritorio, sino aquel que sale al campo para hablar con la gente y escucharlas. En los años treinta del siglo pasado, Walter Benjamin describía al historiador crítico que reemplaza al historiador tradicional –aquel que ofrece una imagen eterna, estéril y petrificada del pasado– como el cronista que es capaz de registrar tanto la letra grande como la letra chica de la historia. El historiador crítico considera que no hay que dar nada por perdido en la historia y este libro sigue este impulso al efectuar un registro minucioso de las desapariciones, clasificando la información por lugar de procedencia, lugar donde se produjo la desaparición, profesión y género, entre otros datos. La lección que da este libro es que hay que registrar todo porque cualquier información puede servir en el futuro para proporcionársela eventualmente a un tribunal de justicia.

El lector se encontrará en este libro con tres tipos de información sobre queretanos y queretanas desaparecidas. En primer lugar, información estadística, datos agregados y clasificados; según esto, hay tres categorías de desaparecidos: personas migrantes (570 casos, víctimas de circunstancias como accidentes y desastres); personas migrantes desaparecidos por los grupos criminales (62 casos, 3 de ellos son desapariciones forzadas); y personas no migrantes (47 casos, 41 de esos casos desaparecieron en sus propias comunidades). La segunda fuente de información son las narraciones de las circunstancias en que desaparecieron las personas y del dolor que atraviesan los familiares y amigos que esperan a los desaparecidos. Por último, el libro presenta fichas personalizadas de desaparecidos en las que se consignan sus nombres, otros datos y a veces sus fotografías. Leer esa parte final del libro impresiona por el efecto de repetición y homogeneidad que genera la información concatenada de las fichas, un primer efecto que se ve aminorado cuando uno fija la atención en el nombre y la foto de la persona desaparecida: ahí aparece, como una iluminación pasajera, la singularidad personal. De esta manera, esta parte del libro genera un doble efecto: primero, muestra la inmensidad del horror a través de la reunión de un montón de fichas de personas desaparecidas; segundo, invita al lector a detenerse a mirar de frente a cada una de esas personas.

Entre los casos que documenta este libro, el más espeluznante sin duda es la desaparición de dos autobuses llenos de migrantes en 2010, con 35 personas en uno y 48 en otro, 27 de ellos queretanos. El autor va haciendo un seguimiento del caso, mostrando cómo fue cubierto por distintos periódicos. Esta reunión y articulación de la información periodística es valiosa porque no sólo permite observar cómo son tratadas las desapariciones masivas en los medios de comunicación, sino también porque el lector no accede generalmente a este panorama completo de noticias. El caso referenciado en cada periódico (el autor subraya que no son muchos) va aportando nuevos datos, nuevas capas de sentido. Estos montajes de información, estas articulaciones de sentido, son necesarias porque una sola nota no conforma la verdad de un caso, hace falta reunir muchas, leerlas a todas.

En las circunstancias caóticas y confusas en que se producen las desapariciones de personas, siempre hay lógicas y patrones. Ya lo detectó la politóloga argentina Pilar Calveiro en su estudio Poder y desaparición, uno de los trabajos más importantes sobre el terrorismo de Estado en los años de la dictadura cívico-militar (1976-1983). También Giorgio Agamben en su libro Lo que queda de Auschwitz nos ha enseñado a no calificar las desapariciones y las matanzas masivas como hechos “indecibles” e “inexplicables”, porque ahí donde sucumbimos a la tentación de abordar este fenómeno bajo esa óptica, en realidad estamos siendo cómplices –voluntarios o involuntarios– con los asesinos, que siempre procuran que los delitos de lesa humanidad no se conozcan, no se nombren, no se hable de ellos. No, la violencia generalizada, las desapariciones masivas, no son indecibles: en ellas hay un patrón y el autor del libro lo devela: la mayoría de las personas queretanas que han desaparecido son varones, en edad productiva (de 18 a 30 años), un patrón que no es exclusivo de los queretanos, sino de la masa total de desaparecidos de México, como lo ha demostrado la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en su Informe Especial sobre el estado que guarda el tráfico y el secuestro en perjuicio de personas migrantes en México 2011-2020. Otro patrón es el que indica Turati cuando habla de la existencia de “casas de seguridad” a las que son transportadas las personas; en esos lugares se define luego qué pasará con ellas. Hay, por lo tanto, un método de la desaparición, que sigue este curso de acción: secuestro, confinamiento en un lugar de concentración, tortura, y decisión final sobre el destino de la persona desaparecida.

Para concluir mi presentación, quiero destacar que el libro ¿Dónde están? Migrantes queretanos desaparecidos, de Agustín Escobar Ledesma, que documenta profusamente el fenómeno lacerante de la desaparición de personas, es una pieza fundamental de la democracia contemporánea y por eso los invito a leerlo detenidamente.

SIC mx

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