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El bien común: La línea entre donde estoy y donde quiero estar.

Por: Enrique Kato Vidal

Hay que estar alertas e identificar cuando se ofrecen soluciones mágicas a problemas complejos, la lista de anti ejemplos es extensa: formular un decreto que transforme la realidad, ingerir comida mágica para lograr un cuerpo atlético, la reforma que terminará con la pobreza y el subdesarrollo o la política económica que creará más empleos y mejor pagados. Seguramente usted podría aportar a esta lista otros muchos casos, donde se continúa aplicando una medicina que no resuelve el malestar social, aunque esté perfectamente identificado. Muchos hoy aceptan el estado actual de las cosas, especialmente quienes tienen una vida desahogada. La persistencia de los problemas orillaría a creer que no hay alternativas y que las supuestas soluciones en marcha son la mejor opción disponible, ello implicaría que el conocimiento colectivo está rebasado y que no sabemos cómo lograr un mundo mejor. Probablemente tomaría poco tiempo demostrar lo contrario y mostrar cuáles acciones llevan a mejores estilos de vida, a una mayor salud pública, a disminuir la desigualdad laboral entre hombres y mujeres, o a aumentar el ahorro familiar y la sostenibilidad de las finanzas personales.

Consideremos que un problema complejo, aunque no tenga una solución mágica, sí podría tener una solución sencilla, que al aplicarse podría transformar la realidad en algo mejor, algo sencillo podría ser quitar obstáculos para llegar a la situación idónea. Desafortunadamente no es suficiente con saber cómo se resuelven los problemas, también se requiere conocer quiénes son los aliados y los opositores que quisieran dejar el estado actual de las cosas ante la promesa de que un cambio podría aumentar el nivel de vida. Para arreglar algo de inicio debe haber convencimiento de que una compostura es necesaria. Dado su nivel de vida, para muchos líderes y tomadores de decisión la situación actual no está descompuesta y, en esa medida, si aprobaran algún ajuste sería marginal, de bajo impacto y escasamente perceptible en la vida diaria de la mayoría. En ese contexto, coexistirían dos grupos de personas en condiciones diferentes, algunos en situación adversa y enfrentando los altos costos sociales (violencia, precariedad, …) y otros en situación cómoda o normalizada donde el estatus quo se percibe como indiscutible, quizá porque prevalece una falsa mentalidad de escasez (yo pierdo si otro gana) que impide ver que hay nuevos arreglos sociales con potencial de una mejora colectiva.

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Avanzar hacia cambios sustantivos requiere actuar en favor de la mayoría y respaldar esos procesos para superar los obstáculos inminentes. En principio, se suele identificar que socialmente los ganadores son pocos, se conocen entre ellos y están organizados, como por ejemplo los concesionarios o las empresas con poder monopólico, y en contraparte los perdedores (los usuarios insatisfechos) ascienden a miles o millones de personas que materialmente no encuentran cómo organizarse para confrontar los intereses de la minoría organizada y hacer visible sus daños. Si bien, algunas empresas logran destacarse por su servicio funcional de atención a clientes, hay otras empresas que sólo reaccionan cuándo aparecen en las listas de peor calificadas o con múltiples reseñas online de su pésimo servicio, en ambos casos a partir de acciones individuales las personas canalizan su inconformidad sin que necesariamente haya un beneficio para el resto de los usuarios. El diagnóstico está hecho, hay malestar y se requiere actuar.

Cada quien podrá contar su experiencia personal, pero todos padecemos las dificultades de los precios altos o de la baja calidad de los productos que se pueden comprar, ambas consecuencias se derivan de mercados monopolizados. Desde hace décadas, estos temas se han atendido privilegiando sesgadamente un enfoque de libre mercado y de autorregulación empresarial. Desde el Estado, la entidad que representa a la población, la competencia y el mercado han sido el mantra o la solución adoptada para beneficiar a las personas, sin embargo, para que las familias obtengan bienestar a través de un mecanismo de mercado se requiere mucho más que un contexto legal de competencia, y un eslogan de precios bajos. Aquí podría detenerme y explicar con algún detalle que para muchas mercancías y en muchos lugares, como en las ciudades pequeñas (y grandes), no se ha logrado constituir una competencia efectiva, donde las empresas sacrifican ganancias y fijan precios bajos para mantenerse en el mercado. Aprovecharé mejor el espacio para describir que, aunque hubiera una política exitosa de competencia, todavía haría falta evaluar y atender lo que ocurre en cada estrato social.

No es suficiente con promover que los precios sean bajos y esperar que la satisfacción sea máxima. Los gerentes en las empresas son como los jugadores de ajedrez, observan la jugada del oponente, analizan varios movimientos hacia delante y en cada oportunidad van moviendo sus piezas poco a poco, esa analogía equivale a hacer ajustes de producción, retirar o introducir nuevos productos, de ser necesario reducir sus precios, pero también el volumen empaquetados, si antes era un litro, podrían quitar unos 100 mililitros, o si era medio kilo ahora el estante mostrará una presentación de 450 gramos. Usted lector habrá notado que ciertos productos básicos ahora son más pequeños de lo que solían ser o que el servicio de internet contratado es más lento de lo que tendría que ser. Obtener menos producto y un precio más alto seguramente es perder dos veces, es una inflación de precios y una depreciación del producto comprado.

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Parte del problema cuándo se propone una política de competencia es suponer que la población es homogénea, difícilmente lo es. México y el mundo está conformado por sociedades muy desiguales, heterogéneas de arriba abajo. Por tanto, no basta con mirar un precio o el promedio de precios de una empresa o un producto. Veamos como ejemplo los precios de una vivienda, de un automóvil o de una prenda de vestir. Se sabe en la teoría, pero los compradores lo perciben en cada ocasión que el rango de precios es enorme entre la versión más sencilla de un producto y la versión de súper lujo, pasando por diversas opciones de precios intermedios.

Ante la variedad de productos y precios, se necesitaría implementar algo monumental que hoy queda muy distante, dadas las políticas vigentes habría que redoblar la competencia, no bastaría con aumentar un poco el número de empresas competidoras, se necesitaría incrementar ese número repetidas veces, sólo así sería suficiente para que haya una transferencia perceptible de beneficios a las personas en todos los niveles socioeconómicos. Mientras tanto, la táctica empresarial es cruel, a las familias de bajos ingresos deliberadamente se les asigna por diseño productos muy austeros, limitados y acaso con calidad cuestionable. De esa forma, se presiona psicológicamente a las clases medias y altas para no comprar las presentaciones más austeras y de cierta forma al pagar más se señaliza la escala social, así la empresa gana y mucho porque aumenta fuertemente, tanto como es posible, el precio de los productos de las clases medias y el precio para las clases altas sube mucho más.

Termino con un ejemplo de coches, analicé una marca japonesa de autos, la cual tiene cuatro tipos de autos sedan, en el portal de internet pude verificar que los subcompactos tienen precios cercanos a los 200 mil pesos, las opciones intermedias están entre 300 mil y 400 pesos y la gama alta -de lujo- puede superar los 700 mil pesos. Esta distribución de precios no es casual, la empresa automotriz obtiene ganancias por arriba de lo normal ofreciendo la opción de subcompactos, tampoco es casual la gran distancia entre la opción de lujo y la intermedia, se plantea así para que las familias que puedan pagarlo estén dispuestas a hacerlo y comprar así un marcador o diferenciador social. Como señalé, esta variedad de precios aparece una y otra vez en prácticamente todos los productos que están a la venta. Desafortunadamente al segmentar socioeconómicamente, se profundiza la desigualdad económica y se fractura la cohesión social. Y como sabemos, cada vez hay más segmentación, más desigualdad y menos tejido social o solidaridad. Quizá exista la solución mágica, o la instancia que proteja al comprador desprotegido, pero descubrirlo requiere llevar a la práctica acciones distintas, vernos y reconocernos en sociedad y dar cuenta que las políticas públicas que necesitamos podrían no requerir necesariamente de más dinero, sino de una perspectiva diferente.

Contacto enriquekato@uaq.mx

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