LAS LUMINARIAS
Por Agustín Escobar Ledesma
Aunque terminaba con el cabello chamuscado, para mí, cuando niño, no había poder humano que me alejara de aquel peligroso y divertido juego nocturno al que llamábamos Las luminarias, en el que participábamos niños y adolescentes, en una tradición propia de la gente mestiza del campo, relacionada con actividades agrícolas. Estoy hablando de mediados de los sesenta de lo que era en aquella época La Piedad, municipio de El Marqués, Querétaro, que apenas si contaba con una treintena de familias.
Mis compañeritos y yo saltábamos felices sobre la lumbre porque era como jugar con un animal salvaje que, sabes, no te podrá alcanzar porque eres más rápido, más veloz y lo puedes esquivar y alejarte de él impunemente, aunque, también sabes que, si te descuidas te puede desgarrar en cualquier momento, en cualquier descuido.
Previamente, durante el día, tal vez del mes de diciembre, mi memoria no lo registra bien, un grupo de imberbes juntábamos y apilábamos rastrojo seco, al que, una vez llegada la oscuridad, que esperábamos ansiosos, le prendíamos fuego para, sin mayor trámite, lanzarnos a la hoguera, al igual que lo hicieran, de acuerdo a la leyenda, los dioses teotihuacanos, Nanahuatzin y Tecuciztécatl, quienes se ofrecieron como última ofrenda para iluminar el mundo, convirtiéndose ambos en soles radiantes, pero como sólo podía haber uno, a Tecuciztécatl, quien había sentido miedo antes de lanzarse al fuego, le arrojaron un conejo sobre la fazcuando ya brillaba en lo alto del cielo, lo que, finalmente, lo opacó y lo convirtió en la luna y por eso es que desde entonces vemos a un conejo sobre la cara del satélite natural de la Tierra.
Por supuesto que mis compañeritos y yo únicamente aspirábamos a divertirnos y no a morir envueltos en las lenguas de fuego para esperar a ver si alguien se convertía en sol o en algún otro astro del cielo nocturno que, en aquella época, a mediados de los sesenta, era mucho más oscuro,porque no existía el servicio de electricidad, no existían los televisores y, mucho menos el alumbrado público, lo que dejaba a las estrellas perfectamente visibles y la luna no se confundía con las lámparas de los postes actuales.
Recuerdo nítidamente cómo nos lanzábamos al fuego para caer al otro lado de la fogata, alegres y poderosos, por haber salido indemnes después de haber sido lamidos por las golosas lenguas de fuego que se quedaban crepitando de rabia por no alcanzar nuestra ropa, nuestra piel; nos burlábamos de este poderoso elemento de la naturaleza, lo que nos daba una enorme sensación de poder y de control, pero, sobre todo, la de reírnos del fuego sin sufrir consecuencias.
Y es que, literalmente, jugar con fuego, uno de los cuatro elementos de la naturaleza, fue uno de mis pasatiempos favoritos durante la República de mi niñez y fue el que menos me afectó, en tanto que el agua, en tres ocasiones distintas, por poco me arranca la vida; con los otros dos elementos, aire y tierra, nunca tuve problemas.
Por supuesto que la tradición de Las luminarias desapareció desde que la gente de La Piedad y otros lugares en los que también existió, emigró a las ciudades para trabajar en la industria de la construcción y de obreros en las fábricas, cuando, a principios de los ochentas, en Querétaro hubo un mayor crecimiento industrial que requirió de mano de obra barata.
No recuerdo si Las luminarias de La Piedad estaban ligadas a alguna fecha religiosa, es muy probable que sí, pero, como después que crecí, abjuré de la religión católica, tal vez por ello no recuerdo el dato.
Que Las luminarias hayan estado relacionadas con alguna divinidad católica, lo confirma la escritora Sabina Pacheco, oriunda de El Charape, Santa Rosa Jáuregui, municipio de Querétaro, quien recuerda que en este lugar se realizaban la víspera del 12 de diciembre y eran ofrecidas a la Virgen de Guadalupe, por lo que, un mes antes de la fecha juntaban hierba para amontonarla en el lugar más alto del rancho; el 11 le prendían fuego, a las ocho de la noche y competían con otros niños para hacer la más grande y la más duradera, mientras gritaban “¡La luminaria, la luminaria…!”.
Por supuesto que, al igual en La Piedad, en El Charape, por el avance de la industrialización y el abandono del campo, Las luminarias ya no existen.
Quien también señala que Las luminarias estuvieron relacionadas con fechas del calendario católico es el docente y escritor, Jesús Zarazúa Rangel, del municipio de San José Iturbide, Guanajuato; él recuerda que, todavía en la década de los ochenta, había luminarias en Los Encinos y Ojo de Agua del Refugio, comunidades de donde son sus progenitores.
Recuerda que Las luminarias se prendían el 24 y el 31 de diciembre y los niños cantaban y jugaban alrededor de ellas, mientras estaban listos los tamales y el atole que las mujeres de las comunidades preparaban.
La media noche del 31, último día del año, era especial porque los hombres adultos se quedaban atentos a los primeros minutos del año nuevo, observando el cielo y, porque, de acuerdo a sus conocimientos e interpretación de lo que vieran, de eso dependía la temporada de lluvias. Por ejemplo, si miraban una pequeña nube, por minúscula que fuera, en alguno de los cuatro puntos cardinales del cielo, sabían en qué mes llovería; la mayor parte de las veces regresaban a casa contentos porque el año “sería bueno”, sin embargo, en ocasiones, retornaban cabizbajos por el mal temporal que les esperaba en un “año malo”, para el ciclo agrícola.
Y ya que hablamos de las predicciones de la temporada de lluvias, de acuerdo a Pepe Valencia, ingeniero de grabación de Radio Universidad, él también recuerda una tradición, que tampoco existe, relacionada con el fuego, en su natal San Ciro de Acosta, San Luis Potosí. Señala que, cuandoniño, a principios de la década de los setenta, era una costumbre que los ancianos del lugar se reunieran alrededor de una fogata el último día del año, con la finalidad de interpretar el crepitar de la lumbre y las lenguas de fuego movidas por el viento. Era un ritual en el que los ancianos leían en la hoguera el ciclo agrícola del año, para saber en qué momento debían sembrar, de acuerdo a la llegada de las primeras lluvias. Sin embargo, esa costumbre desaparecióporque los ancianos del lugar, dejaron de reunirse cada año en torno al fuego.
La piromancia o adivinación por fuego, era una práctica en casi todos los pueblos antiguos, antes que el fuego fuera domesticado y desapareciera de los hogares familiares que ahora emplean estufas y no leña, aunque, ocasionalmente, se sale de control y causa incendios devastadores.
Como sabemos, el sincretismo cultural de dos civilizaciones como la mesoamericana y la europea, nos legaron una serie de costumbres y tradiciones que se conjuntaron y nutrieron para dar forma a nuevas expresiones, producto de la evangelización y la colonización.
En el caso de la tradición de Las luminarias no sabemos qué tanto subyace la leyenda de los dioses teotihuacanos en una manifestación que está o estuvo vinculada directamente con fechas de la religiosidad católica.
Y es justamente en España, en donde todavía existe la tradición de Las luminarias, relacionada con santos católicos que se celebran en diferentes fechas, por lo que se pudiera inferir que haya sido una costumbre que llegó a estas tierras por la vía de los colonizadores.
Consultando al respecto en Internet, encontré que, por ejemplo, en Ferrol, ciudad y municipio español, ubicado en la provincia de La Coruña, en Galicia, les llaman Las hogueras de San Juan y las encienden la noche del 23 de junio.
El portal La Vanguardia señala: “Esta es una celebración pagana y por ello contiene prácticas precristianas. La llegada del solsticio de verano es el motivo de este festejo tradicional en el que el fuego purifica y quema lo viejo y malo para dar paso a nuevas oportunidades y deseos. Algunos de los rituales más comunes son: lavarse la cara, saltar las hogueras, bañarse en el mar de noche… todo en busca de que este año sea mejor que el pasado. (…) El fuego y el Sol son elementos básicos en todas las celebraciones de San Juan. Encender las hogueras es una costumbre que proviene de un antiguo culto al Sol”.
En San Bartolomé de Pinares (Ávila), comunidad perteneciente a Castilla y León, España, también existe la tradición de Las luminarias; aquí los lugareños, encienden grandes hogueras el 17 de enero por la noche para saltarlas a caballo, “para purificarlos” según sus creencias religiosas.
“La tradición celebra a San Antonio Abad, el patrón de los animales. Algunos dicen que se remonta a siglos atrás, cuando las pestes se combatían con rituales católicos de purificación con el humo de las hogueras. Cuando el campo jugaba un papel más importante, también eran mulas y burros, pero hoy, explican en el pueblo, los caballos han pasado a ser un capricho caro en el que muchos de los 600 habitantes del pueblo invierten dinero y orgullo” (Milenio,17 de enero de 2017).
En Fontanarejo, de Castilla-La Mancha, también existe la tradición de Las luminarias, sólo que, en este lugar, el 30 de abril encienden las hogueras, con la particularidad de quemar romero verde porque, en la antigüedad tenían la creencia que ahuyentaba la peste, en una tradición en un rito colectivo en el que participan niños y adultos mayores.
Al parecer, Las luminarias en Querétaro sólo quedaron en la memoria de quienes ahora somos adultos mayores, quienes tuvimos la fortuna de ser iluminados por el fuego que ardía elevando al cielo sus lenguas de las que se desprendían chispas que subían hasta las estrellas del cielo nocturno.
SIC mx