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Seis crónicas covidianas

Querétaro, Qro., a 12 de abril de 2020 – La pandemia del coronavirus ha extendido un manto de incertidumbre, temor, confinamiento, angustia, enfermedad y muerte en un planeta al que, en la década de los sesentas, Marshall MacLuhan, definió como aldea global, debido a que los medios electrónicos de comunicación, nos permiten conocer lo que ocurre en cualquier parte del mundo en tiempo real. Para saber qué sucede a miles de kilómetros de distancia, únicamente basta un teléfono celular y acceso a internet. Fue de esta manera en la que, preocupado por cómo están viviendo los efectos del coronavirus, propuse a una veintena de personas conocidas que me enviaran por escrito sus testimonios.

Seis de ellas, amigas, amigos y familiares que viven en Suiza, Italia, España, Texas y California, nos muestran en sus textos las dificultades que están afrontando para sobrevivir en tiempos del coronavirus. Son relatos redactados por Sergio Mustile, Vicente Jiménez, Lilia Silva, Patrick Duffey, Julie Hempel y Eli Escobar, entre el 3 y el 9 de abril, cuando la pandemia atacaba con mayor fuerza Italia, España y Estados Unidos, dejando cientos de miles de personas infectadas y miles de personas fallecidas. Por supuesto que el coronavirus nos ha robado el mes de abril y también nos ha arrebatado la impetuosa manifiestación de la primavera. Hoy nos encontramos temerosos ante lo invisible, con incertidumbre, con desconcierto y estamos explorando y conociendo nuevas formas de relacionarnos con la familia, los amigos y el trabajo.

En estos días de aislamiento social por la pandemia, es inevitable recordar y recomendar la lectura del Decamerón, de Giovanni Boccaccio, quien enmarcó cien extraordinarios relatos en el contexto de la peste bubónica que azotó a la ciudad de Florencia, Italia en 1348.

En espera que después de la pandemia del coronavirus podamos reunirnos para leer de nueva cuenta los siguientes seis testimonios, aquí dejo, a la vista del demonio público (Efraín Huerta dixit), los textos que nos comparten nuestras amigas, amigos y familiares.

  • #YoMeQuedoEnCasa. Por: Lilia Silva Alcántara*
Foto: Cortesía

Soria, España. 3 de abril de 2020. Tengo una semana sin salir de casa, saldré a la calle a comprar comida y pasaré a comprar guantes y mascarillas a la farmacia. Me cubriré la boca y la nariz con un pañuelo. Hoy sábado 3 de abril han muerto más de 900 personas en 24 horas, por segundo día consecutivo. Un tercio en Madrid, otro tercio en Barcelona y el resto en toda España. Todo es muy desconcertante y aterrador. Afortunadamente me encuentro bien físicamente.

En Madrid y Barcelona el 8 de marzo miles de personas salieron a la calle a manifestarse en el Día de la Mujer y, como el virus ya estaba en España, aprovechó, campó a sus anchas. Se infectaron ese día miles de personas.

Es un virus tramposo que se esconde, puedes estar infectado y no darte cuenta y sin ningún síntoma o tener ligeros achaques de una gripe que puede pasar en algunos días, pero en cualquiera de los casos te conviertes en un foco de infección y contagias, y si a quien contagias está bajo de defensas, puede ser mortal, se convierte en neumonía, tos seca que no te deja respirar, te asfixia. Los pulmones se llenan de agua por falta de oxígeno, por eso se están necesitando cientos de respiradores.

Los más vulnerables están muriendo y casos aislados que, sin ninguna patología anterior, también mueren, esto desconcierta y da miedo.

Los hospitales están desbordados. No hay respiradores, ni camas, ni personal sanitario que de abasto y lo que faltaba, los test rápidos de detección del covid-19 que el gobierno de España compró a China, dicen las noticias que no funcionan bien.

Qué ironía, China está vendiendo ahora a todo el mundo material sanitario para afrontar esta pandemia. Esto es muy extraño.

El gobierno ya se plantea aprobar una segunda prórroga del estado de alarma para hacer frente a la pandemia durante quince días más, hasta el 25 de abril. Solo las tiendas de alimentación y las farmacias están abiertas. El ejército y la policía vigilan las calles y carreteras, nadie puede salir de casa sin causa grave justificada. Las multas van de los cien hasta miles de euros, o prisión.

En la puerta de la farmacia a la que fui encontré el siguiente letrero: “Si viene a comprar mascarillas, guantes, alcohol o gel desinfectante, no tenemos, no entre”.

*Lilia Silva Alcántara. Arquitecta. Profesora de secundaria en la Junta de Castilla y León, España.

  • Impresiones de un siciliano en cuarentena. Por: Sergio Mustile*
Foto: Cortesía

Italia, año 2020 3 de abril. Palermo, Sicilia. Han pasado unas tres semanas desde el comienzo de la cuarentena y el aislamiento social en Sicilia. Cualquier movimiento está prohibido, se puede salir solo por trabajo o por necesidad.

Dejé de tener pesadillas que eran frecuentes al principio, sigo teniendo la impresión de que ha pasado mucho más tiempo, aunque siento que me estoy acostumbrando al aislamiento y sufro la pérdida de la percepción del tiempo.

En Sicilia todo parece tranquilo porque la mayoría de los casos están en el norte de Italia, pero cuando voy por la calle, una leve tristeza me asalta por todos esos hábitos diarios que ahora son solo un recuerdo.

No hay café ni cuernitos por la mañana, no puedo fumar mis cigarrillos en el bar cerca de la casa, no podemos caminar por el centro por temor a ser detenidos e identificados por la policía, arriesgándose a una multa o peor, a una denuncia.

Hoy fui de compras mientras estaba lloviendo, pensando que tal vez no había mucha gente en el supermercado, pero esperé una hora para entrar, obviamente con guantes y mascarilla, obligatorios en algunas tiendas.

Mientras voy a casa, a mi alrededor no veo mucha gente, pero advierto a una chica hablar por teléfono, llora, seguramente ha recibido malas noticias, la miro con tristeza.

Llego a casa y preparo varios platos, ya que tengo mucho tiempo para dedicarme a la cocina, espero el boletín diario de nuevas infecciones y muertes. Hasta la fecha, sabemos que permaneceremos en cuarentena hasta el 13 de abril, pero alguien ya dice que el plazo será ampliado al menos hasta el 1 de mayo. Mañana las previsiones dan buen clima, pero creo que es peor, ya que no podremos aprovecharlo.

*Sergio Mustile. 43 años, diseñador gráfico y realizador de documentales. Documentalista.

  • Vacaciones y pandemia. Por: Vicente Jiménez Luna*
Foto: Cortesía

Basilea, Suiza, sábado 4 de abril. Llegué a Europa el 28 de febrero, a la ciudad de París. Violeta, Joachim y mis nietas me recogieron en el aeropuerto. Observé la aglomeración habitual de cualquier ciudad cosmopolita, estuvimos tres días ahí, recorriendo sitios de interés, museos, monumentos, etc., vi mucha gente en la calle, no se hablaba nada del covid-19 y al parecer todo estaba en normalidad. Al cuarto día nos fuimos a Basilea, Suiza que es donde ahora vive Violeta. El tren iba más o menos lleno y la gente viajaba despreocupada.

En los siguientes días fuimos a conocer algunos lugares, en Alemania y Francia, ya que Basilea, está a orillas del río Rin, justo donde se unen Francia, Alemania y Suiza. En nuestro itinerario también estaba programado un viaje a Italia, íbamos a pasar una semana allá, del 7 al 14 de abril; estaríamos unos días en Milán y otros con unos amigos de Violeta en Sicilia.

Estábamos en los preparativos, cuándo Joachim, recibió un aviso de la agencia de viajes que se había contratado con antelación, dónde informaban que, por causas de fuerza mayor, se posponía el itinerario hasta nuevo aviso, dando la opción del reembolso, con una penalización del 15%, a lo que accedimos por convenir así a nuestros intereses. Es cuando nos percatamos de la crisis italiana de la proliferación del virus.

El 16 de abril, Alemania cerró sus fronteras y Francia lo hizo días después. Violeta y Joachim regularmente atravesaban para hacer sus compras, ya que se ahorraban hasta un cuarenta por ciento debido a que Suiza, por no pertenecer a la Unión Europea, tiene su propia moneda y todo es carísimo. El asunto es que ya no se podían atravesar las fronteras.

Suiza también instauró medias restrictivas, pero no fueron tan severas como en Francia y Alemania. Implementaron, multas y sanciones a quienes no acatarán las restricciones. Suiza, como en casi toda Europa, restringió la vida social, cerrando escuelas, iglesias, y negocios de actividades no esenciales y prohibiendo reuniones de más de cinco personas.

Existía cierta «normalidad”. La gente andaba en parques, paseos y calles, nunca observé compras de pánico en ningún centro comercial, ni se veía gente con cubrebocas. Pudimos recorrer la campiña de Basilea dónde existen ruinas romanas, cuevas del hombre primitivo, castillos medievales y bosques con riachuelos por todas partes.

En fin, en mi opinión en todo esto de la pandemia, creo que hay más amarillismo y sensacionalismo e intereses oscuros de las superpotencias para favorecer un nuevo orden mundial, y un nuevo rumbo en la geopolítica y los paradigmas caducos.

Hasta ahora la última noticia que se escucha por acá, es que se levantarán las restricciones el 19 de abril y que el 70% de los enfermos han sido dados de alta. Y al parecer ya se superó el picó de la pandemia. Esperemos que todo vuelva a la normalidad, aunque creo también que éstos acontecimientos representan una sacudida de conciencias y esperamos que dentro toda la podredumbre, resurja el verdadero sentido del humanismo.

*Vicente Jiménez Luna, profesor de secundaria jubilado.

  • Crónica de cuarentena. Por: Julie Hempel*
Foto: Cortesía

Horas antes de mi camino a la cuarentena estaba disfrutando del sol y los mariscos en España, con un grupo de profesores y directores de movilidad. Habíamos terminado dos días en Barcelona y otros dos en Alicante visitando universidades. Concluimos aquel miércoles 11 de marzo con una cena gloriosa con vista al castillo y una luna llena color ámbar.

Cinco horas después, a las tres de la madrugada, sonó el teléfono de mi habitación y me despertó la noticia de que el gobierno de Estados Unidos iba a cerrar sus fronteras a los vuelos procedentes de Europa (excepto los del Reino Unido e Irlanda. Su prohibición vendría tres días más tarde). Se cancelaron los últimos dos días del tour en Sevilla y empecé mi odisea de regreso esa madrugada.

Aparentemente de un día a otro la pandemia había llegado con fuerza a España. Apenas empezamos a ver avisos en la universidad que pedían lavarse las manos y estar atentos para detectar los síntomas del virus. El día siguiente en el tren hacia Madrid había solo cuatro personas en el carro en que viajaba yo. En el aeropuerto había más gente nerviosa buscando asientos disponibles en los vuelos repletos que llevaban viajeros de regreso a los Estados Unidos.

Mi “auto cuarentena” empezó en la habitación de un hotel cercano al aeropuerto de Madrid, donde pasé casi 24 horas sin salir, excepto para cenar y desayunar en el restaurante. Después, en otro hotel, en Londres, sin mucho contacto con la gente me lavaba las manos a cada rato, y luego la llegada al aeropuerto de Dallas el sábado a las dos de la tarde.

Las aeromozas ansiosas veían una nueva rueda de prensa en CNN. Ahora anunciaban un nuevo proceso para los que llegaban de Europa con un formulario que nos entregaron al arribar y una inspección más laboriosa para documentar los países y días que habíamos pasado en Europa.

La suerte de estar adelante en esa fila glacial que iba creciendo constantemente detrás de mí era evidente al voltearme y mirar para atrás y ver miles de personas que habían llegado a llenar el salón enorme. Los últimos pasarían ocho horas en esa fila antes de llegar a entregar su formulario al agente de inmigración.

Ahora, desde el frío norte, contemplo el mundo del aislamiento. Reflexiones, hay muchas. ¿Aprenderemos a valorar la hermandad y cooperación, el gobierno proactivo? ¿Veremos más allá de nosotros mismos, más allá de nuestras familias? ¿Formaremos parte de una comunidad en armonía, generosa y sensible a las necesidades de los demás?

Aquí en Texas la gente visita a sus amigos por Zoom, por teléfono, y por Messenger. Caminantes solitarios salen a respirar aire fresco y dar la vuelta a la cuadra, luego vuelven a sus oficinas en la sala o recámara de su casa. Los profesores y maestros convierten su casa en aula y su computadora en pizarrón.

Los programas son torpes y los estudiantes distantes, pero hacen la lucha. De vez en cuando una chispa sale y el chat se enciende con conocimiento. Pero en otros momentos la incertidumbre de la salud, física, mental, y económica, penetran cada rincón de la casa como humo que se cuelga del cielo y se filtra por los quicios de la puerta y los marcos de la ventana.

Los días parecen iguales y las noches inquietas. La cuenta regresiva debe haberse arrancado, pero se ha congelado el reloj. ¿Habrá manera de resetear?

*Julie Hempel. Doctora en Lenguas y Letras por la Universidad de Michigan. Profesora e investigadora en Lenguas y Letras, en la universidad Austin College, Sherman, Texas, Estados Unidos. Campo de especialización: Narrativa contemporánea méxicoamericana, identidades híbridas, estudios fronterizos y la traducción literaria.

  • Me dicen el clandestino. Por: Eli Escobar García*
Foto: Cortesía

9 de abril de 2020. Tengo casi cinco años viviendo acá, en Estados Unidos. Trabajaba en un restaurante que está enfrente de la playa. La playa se llama Pismo Beach y el restaurante “The Ostyer Loft”.

El menú principal consiste en ostiones y mariscos. Debo de decir que es uno de los mejores restaurantes de la zona, donde los clientes son la gente adinerada o los extranjeros que vienen a vacacionar.

Hace cuatro semanas estoy desempleado. El restaurante cerró debido a la pandemia del coronavirus. Recibí la mala nueva en una llamada, al igual que los alrededor de cincuenta trabajadores de “The Ostyer Loft”, entre quienes habían meseros, asistentes de mesero, cocineros, lavaplatos, barman, recepcionistas, managers y afanadores.

El manager del restaurante, John Smith, me llamó una tarde informándome que el restaurante estará cerrado hasta nuevo aviso. También me dijo que nos iba a dar un formulario para aplicar para el apoyo por desempleo que da el gobierno federal. Pero como yo no tengo documentos, quedé fuera.

A como van las cosas, quién sabe para cuándo el restaurante volverá a abrir. Para la mayoría de los empleados era un trabajo de medio tiempo. Pero para otros, era nuestra única fuente de ingresos.

Hace un mes que no he visto ni he sabido de mis compañeros de trabajo. No sé qué será de Jeff, Paco, Breana, José, Mario, Philip, Julissa, Sara, John, Scott, Courtney y los demás que también quedaron desempleados y en casa, sin poder salir. Extraño aquellos días en los que paseaba por la playa y después, camino al trabajo, pasaba por la cafetería en la que trabajaba una morra que me gusta.

Hace dos semanas recibí otra llamada del manager. Me dijo que nos entregarían despensas en el restaurante, creo que cada dos semanas. La mayor parte de los alimentos son enlatados. Por lo menos, creo, tienen algo de piedad con sus empleados. Tal vez no quieren que muramos de hambre.

Tengo un amigo que trabaja en un supermercado, él sí tiene mucho trabajo. Entre cincuenta y sesenta horas a la semana, a 13 dólares la hora. Aunque se arriesga a contraer el virus, es eso o morir de hambre en su casa.

Y es que la mayoría de los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos de América vivimos al día.

*Eli Escobar García. Estudiante del colegio público comunitario Allan Hancock College y trabajador mexicano indocumentado, residente en la Costa Central de California.

  • Pandemia y familia. Por: Patrick Duffey*
Foto: Cortesía


Lunes 6 de abril. Sherman, Texas, USA. La pandemia me ha cambiado todo, pero también no ha cambiado nada. Me siento más consciente de mi propia mortalidad. Tengo miedo por mis seres queridos —por mi mamá, por mi esposa, por mis dos hijas, por mis cuatro nietos—. Me duele el dolor de otras personas, de las familias de los que ya han muerto por el virus, de los que corren peligro como médicos, enfermeras y obreros en los supermercados.

Mis dos hijas siguen trabajando por necesidad, una para Amazon y otra para un asilo comunitario para mujeres. Ya no puedo ver a mis hijas, a mis nietos, ni a mi mamá —cara a cara— por miedo del contagio.

Mi esposa y yo pasamos más tiempo juntos ahora. Eso es bueno. Es una de las ventajas de esta situación lamentable. Doy mis clases universitarias por una plataforma que se llama Zoom.

Extraño la presencia humana de mis alumnos. Mirar una pantalla por varias horas al día no me agrada mucho. Y me preocupan las vidas de mis estudiantes. Sus familias están sufriendo, como todos nosotros. Todos estamos miedosos en los supermercados. Llevo una máscara ahora cuando tengo que ir por alimentos.

No me gusta la sensación de miedo e incertidumbre que ha llegado a ser casi constante. Por otro lado, nada ha cambiado. Las flores siguen iguales de bellas. El sol brilla. Los árboles empiezan a ponerse verdes, y los pájaros cantan más que nunca. Hago mis ejercicios al aire libre. Mantengo mis distancias sociales. Juego al tenis tres veces a la semana.

Aunque la vida parece una película mala de tipo zombis, también parece demasiado normal y lindo… y quizás esta yuxtaposición me desconcierta aún más. A pesar de todo esto, me siento más agradecido ahora por la vida.

*El doctor Patrick Duffey es profesor de Letras Hispanas en Austin College, en Sherman, Texas, Estados Unidos. Ha publicado un libro y numerosos artículos sobre la relación entre el cine y la literatura hispana. En 1996 la UNAM publicó su libro “De la pantalla al texto: La influencia del cine en la narrativa mexicana del siglo XX”. En los últimos años ha publicado artículos sobre el impacto del cine mudo en la generación de Los Contemporáneos, en la vanguardia española y en el concepto de la velocidad en la cultura latinoamericana de los años veinte y treinta.

En opinión de Agustín Escobar Ledesma.

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