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Dos Rosarios

Por: Agustín Escobar Ledesma


Ayer quise llevar cigarros a Rosario, pero no me alcanzó el tiempo, lo siento.
Y es que en Ciudad de México el tiempo es oro molido, apenas pude trasladarme a la Casa Museo de la Memoria Indómita, en la calle Regina, en el centro histórico, para presentar mi libro «¿Dónde están? Migrantes queretanos desaparecidos» ante una treintena de atentas personas a quienes, al igual que en otros foros, consideraron que es inaudito que ninguna autoridad tome cartas en la búsqueda de quienes desaparecieron de manera masiva o individualizada.

Los comentarios de mi querido hermano hondureño, Omar García Sandoval (cuyo carnal desapareció y él mismo lo buscó hasta localizar sus restos en Ciudad Juárez), fueron oportunos y pertinentes porque su formación antropológica le permite plantear el fenómeno migratorio centroamericano y local de manera muy didáctica. Por cierto, también nos señaló que Joseph Donald Trump, abuelo del actual presidente gringo, fue de los primeros estadunidenses que invadieron Honduras para arrancarle su riqueza.


He de confesar que, a pesar de lo apendejado que anda uno, transitar entre la tercera y la cuarta tiene sus ventajas porque en los autobuses te cobran la mitad del pasaje y en el trolebús, que cuesta 4 pesos y en el Metro, no te cobran nada, sólo basta mostrar la credencial, a diferencia de lo que ocurre en Querétaro en que para tramitar descuentos en Qrobus necesitas llevar acta de nacimiento, carta de buen comportamiento, usar ropa blanquiazul, credencial del INE, copias de cada documento, dos fotografías, certificado de calificaciones y hacer una larga fila.


Es de agradecer las atenciones de Juan José Sánchez, encargado de la Casa Museo de la Memoria Indómita, sitio ligado a doña Rosario Ibarra de Piedra, mujer que, a sus 92 años de edad, no ceja en la búsqueda de su hijo Jesús.

Apenas terminó la presentación de mi libro, mi querido amigo Emilio Bautista (pensionado del Metro), que vive en Ecatepec, me acompañó al Trolebús y en la Central de Autobuses del Norte y nos despedimos.
Y la verdad es que ya no tuve tiempo, ni ánimo, de ir a Santa Martha Acatitla, para llevar cigarros a Rosario. Además, no se los merece, que se joda.


Posdata: Por supuesto que sí tuve tiempo de pasar a la Gandhi y ahora tengo en mis manos «La radio de piedra», de Juan Herrera, un microcosmos situado en un pueblito castellano, en una guerra sin sentido en la época de la radio de galena.

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