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Tertulia chocolatera: Leona Vicario, 236 aniversario de su nacimiento.

Por: Andrés Peñaloza Méndez [1]

Telémaco

“Le pregunté en qué consistía la autoridad del rey, y me respondió: «Lo puede todo sobre el pueblo, pero las leyes lo pueden todo sobre él. Tiene un poder absoluto para hacer el bien, y las manos atadas para hacer el mal (…) Quieren que un hombre solo sirva por su prudencia y moderación a la felicidad de tantos hombres, y no que tantos hombres sirvan con su miseria y cobarde servilismo a halagar el orgullo y la molicie de un hombre solo. El rey no debe tener nada por encima de los demás, excepto lo que es necesario para aliviarle en sus penosas funciones (…) el rey debe ser más sobrio, más enemigo de la molicie, más exento de fausto y altivez que ningún otro. No debe tener más riquezas y placeres, sino más prudencia, virtud y gloria que el resto (…)».”[1]

Este pasaje de Las aventuras de Telémaco, como muchos otros, seguramente movieron fibras sensibles, en la joven Leona Vicario, nacida en la ciudad de México, el 10 de abril de 1789, y en el discurrir de su azarosa vida.

En las tertulias, Leona Vicario, perfumaba el salón con su belleza, elegancia, cortesía e inteligencia. Carlos María de Bustamante escribió: «la naturaleza no le había negado un personal airoso y distinguido (…) Usaba gorras de raso blanco y listones morados; sobre túnicos de gasa azul de Italia; guarnecidos de fleco y lentejuelas de plata, bandas de tafetán color de rosa con fleco de plata; guantes grandes y chicos de tafilete; medias con botín bordado, y zapatos de raso también bordados».

Pero, su mayor atributo era su profundo compromiso con la causa independentista, generosidad y cultura. Carlos María de Bustamante, lo advierte al escribir en su necrología: «a pesar de haber sido educada en los principios de una obediencia ciega y pasiva a la voluntad de un autócrata, en fuerza de su natural talento conoció desde muy niña la dignidad de su ser, el estado de su abyección presente, y se propuso cooperar por su parte a la grande obra de la emancipación de México».

En las tertulias no sólo se enteraban del acontecer en la metrópoli y del virreinato, también leían escritos literarios. Quizá, Leona haya compartido con su entonces pretendiente Andrés Quintana Roo, reflexiones sobre la obra escrita por Francois Salignac de la Mothe Fénelon (1651-1715), sobresaliente exponente francés del Renacimiento.

Atrayente resultaba para una persona dedicada y sumamente religiosa, como Leona, el estilo literario del arzobispo de Cambrai, de entretejer la sabiduría antigua con el cristianismo. El contexto de la obra de Fénelon está enmarcado en los abusos y corrupción campante en la corte de Luis XIV, por lo mismo la obra fue censurada y prohibida por estimarla sátira del Rey y su gobierno.

Las aventuras de Leona

Las aventuras de Telémaco, hijo de Ulises, basada en un capítulo de la Odisea, seguramente, hacia meditar a Leona, sobre los tres largos siglos de opresivo colonialismo español y vasallaje de nuestros pueblos originarios; conectándolo con el sentido del empeño de Telémaco para encontrar al padre ausente. Devolver la ley y la justicia a su Ítaca, dominada por los pretendientes de Penélope, su madre, que habían invadido y gozaban sin recato y límite alguno de sus bienes.

Esta incesante búsqueda se traducía en visión y optimismo de factibilidad para expulsar al invasor y devolver, en estas tierras mexicanas, la soberanía de sus pueblos. Esta conexión de Leona con el mundo clásico es captada por Joaquín Fernández de Lizardi, El Pensador Mexicano, cuando escribió: «el amor de la patria ha llenado de valor al sexo débil, y las flacas mujeres han hecho prodigios extraordinarios. Una dama ateniense llamada Leona sufrió constantemente los tormentos que la mandó dar el tirano Hippias, sin conseguir èste que aquella heroína descubriese a los codefensores de su patria. Esto es a los que conspiraban contra el tirano».[2]

Años de lucha insurgente, penalidades extremas, traiciones, heroísmos y ausencias notables como la de Miguel Hidalgo y José María Morelos y Pavón, complicaban y ponían en riesgo a cada momento el México independiente; abriéndose paso, sin embargo, a pesar de los liderazgos frágiles, vulnerables, veletas, ambiciosas, traidoras y pusilánimes.

¿Cómo testimoniar y transmitir a los propios y nuevas generaciones con esperanza en el porvenir y una responsabilidad liberadora? ¿Cómo hacer, cavilaba Leona, para que las nuevas y futuras generaciones comprometidas reconquisten su porvenir, aun cuando su propia herencia sean restos humanos y tierras cegadas? ¿Cómo inocular el heroísmo, la nobleza y la determinación de hombres y mujeres para conquistar la independencia y de aquellas que constantemente luchan por preservarla y no besan el culo[3] de Donald Trump, el presidente del imperialismo yanqui?

La herencia de Leona y de millones de compatriotas es su testimonio de inquebrantable compromiso para dotarnos de una patria-matria libre e independiente; abierta a la humanidad y no sometida (abierta o soterradamente) a imperios.

La recuperación de nuestro pasado es hacia adelante para tentar el futuro de un país soberano. Seamos herederos legítimos del deseo generativo de vida digna emancipada de la venenosa seducción de la `noche de los pretendientes`, del espejismo capitalista y t-meciano de una libertad reducida al goce líquido o para acobardarse ante imperios, y liderazgos dispuestos, para conservar su popularidad e intereses, cambiar el pan de hoy por el hambre del mañana.

Cuando Saltillo tenía aroma de heroína

A inicios del siglo XIX, las localidades del estado Coahuila y Texas, San Esteban y la Villa de Santiago de Saltillo, adoptaron los nombres Manuel Villalongín y Leona Vicario. Desde luego, Leona al enterarse de este hecho, escribió el 29 de febrero de 1828:

“Mi gratitud a tan ilustre corporación por la gloria inmortal que sin mérito ha concedido mi nombre como denominación a la benemérita ciudad”.

Años después, en 1834, ambas localidades se unieron para conformar la ciudad de Saltillo, capital actual del estado de Coahuila.

A Leona, le preocupaban los constantes conflictos regionales, entre ellos los producidos entre Aguascalientes-Zacatecas; Los Ángeles-Monterrey en la Alta California y dos más que le afectaron directa e indirectamente: Mérida-Campeche, motivo por el que Andrés Quintana Roo, tuvo que ausentarse para evitar los intentos separatistas entre sus paisanos y la de Saltillo-Moclova para constituirse en la capital del estado de Coahuila y Texas.

Con desazón observaba como en julio de 1934 el Ayuntamiento de Leona Vicario (como se conocía todavía a Saltillo) proclamó su apoyo al centralista Plan de Cuernavaca dirigido en contra de las medidas reformistas del vicepresidente Valentín Gómez Farías, hecho que precipitó la separación de Texas, en una guerra desarrollada entre el 2 de octubre de 1835 al 21 de abril de 1836. La captura de Antonio López de Santa Anna, y la firma de èste del Tratado de Velasco el 14 de mayo de 1836, fue un paso en la ruta de “independencia” de Texas y su ulterior anexión a los Estados Unidos (1846).

Posiblemente, cuando Leona leía noticias de las guerras y conflictos intestinos, reprochaba a conservadores y a no pocos liberales, que eran como el rey descrito por Fénelon: “El más desgraciado de todos (…) que cree ser feliz haciendo desgraciados a los otros hombres; es doblemente desgraciado por su ceguera, pues no conociendo su desgracia no puede curarse de ella, y teme incluso conocerla. La verdad no puede atravesar la multitud de halagadores para llegar hasta él. Está tiranizado por sus pasiones sin conocer sus deberes (…)”. Suspiraba, y quisiera gritarles: ¡no ha probado jamás el placer de hacer el bien, ni sentido los encantos de la virtud pura!

Al recordar su pasado insurgente, se decía con Telémaco:

No se coloca solamente el valor para despreciar la muerte en los peligros de la guerra, sino para hollar con los pies las riquezas demasiado grandes y los placeres vergonzosos. Aquí se castigan tres vicios que son impunes en los otros pueblos: la ingratitud.” La ingratitud para con el pueblo y la Nación.

Y a pesar de los intensos dolores estomacales, agudizados en víspera de su muerte a los 53 años (24 de agosto de 1842), se sentía satisfecha de su vida y mantenía la esperanza para que la ambición, la avaricia y el deseo de lo superfluo se disuelvan en las futuras generaciones contentas con satisfacer sus verdades necesidades y disfrutar la abundancia, la alegría, la paz y la unión, como había recomendado Minerva a través de Mentor, guía de Telémaco.


[1] Fénelon. Aventuras de Telémaco, Editorial Porrúa, Número 387, México, 1983, p. 41

[2] Citado por Alejandro Luévano en Leona, inquebrantable simiente de la patria, Instituto Nacional de las Mujeres, 2020, p. 179.

[3] Expresión del presidente estadounidense el 9 de abril de 2025.


[1] Intervención en la velada por el 236 aniversario del nacimiento de Leona Vicario, realizada el 9 de abril de 2025, en la Casa Marie José y Octavio Paz.

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