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Persecución de capitales golondrinos.

Por: Andrés Peñaloza Méndez.

Las dulces mensajeras de la tristeza son… son avecillas negras, negras como la noche. ¡Negras como el dolor!

Alfonsina Storni

Entre 1965 y 1966 la industria maquiladora de exportación se estableció en México a través del Programa de Industrialización de la Frontera (PIF). Fue la principal respuesta gubernamental para atender la parálisis económica y la cesantía laboral en la frontera norte ocasionada por la finalización del Primer Acuerdo Internacional de Trabajadores Migratorios, conocido como programa Bracero, suscrito con el gobierno estadounidense en 1942 y vigente por 22 años.
Desde entonces, las empresas transnacionales adoptaron una estrategia para desplazar a la periferia operaciones; sobre todo, las intensivas en mano de obra.
Lo hicieron a través de lo que se denominaron zonas de procesamiento de exportaciones; enclaves ubicados en Hong Kong, Taiwán, Singapur y Corea del Sur (conocidos ulteriormente como los tigres asiáticos y utilizados, a manera de prescripción médica neoliberal, para emular milagros económicos).
La expansión de este modelo, componente de una sofisticada estrategia anticomunista para contener los movimientos revolucionarios en China, Corea y Vietnam; alcanzó a Malasia, Filipinas y otras naciones del sudeste asiático.
La tendencia hacia la dislocación manufacturera internacional en los años sesenta y setenta del siglo XX, contrarrestaba la tendencia a la disminución de las utilidades en la metrópoli imperial.
Un argumento central para instalar procesos de ensamblaje en la periferia del sistema fue señalar que los incrementos salariales y las prestaciones sociales promovidas por las organizaciones sindicales, mermaban la competitividad y las ganancias de las transnacionales.
Otros de los propósitos era acotar y eventualmente, anular los intentos soberanos de industrialización bajo esquemas de sustitución de importaciones.
La ruptura de encadenamientos productivos endógenos y la subordinación a lo que eufemísticamente, se le llama producción compartida, es la regla dominante de la dinámica capitalista actual.
Las cadenas globales de valor diseñadas y comandadas por los bonistas financieros y sus corporaciones transnacionales, se entronizan en las estructuras económicas de las naciones y también en las ideologías hegemónicas.
En meses recientes, los aparatos ideológicos de la clase dominante alientan las expectativas positivas sobre el nearshoring, expresión de la relocalización de empresas de Asia a México derivada de medidas proteccionistas y la cercanía geográfica al mercado norteamericano.

Concebida como la vía para el crecimiento económico del país, las cuentas empiezan al alza: mayores flujos de inversión extranjera y ampliación de la producción manufacturera, proyectando agregados al PIB de 0.5 y 2.4 puntos porcentuales, respectivamente. También, se estima la creación de 1.1 millones de nuevos empleos.
En el ámbito estatal, el nearshoring subyace en diversas políticas económicas y de infraestructura. Por ejemplo, en el decreto de beneficios fiscales que se otorgarán a los inversionistas en los diez parques industriales situados en el Corredor Interoceánico del Istmo (la gracia de no pagar el impuesto sobre la renta durante los primeros tres años de operación; exención del impuesto al valor agregado en las acciones realizadas dentro del corredor y la recuperación de este impuesto pagado en las compras realizadas fuera de la zona libre durante cuatro años) se dirigen a promover la reubicación de empresas y la atracción de inversiones privadas nacionales y foráneas.
En el marco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TMEC), se ha convenido promover la “producción compartida” de cinco sectores: electrónica, transporte, farmacéutico, microprocesadores y aeroespacial, para proteger esas cadenas norteamericanas de valor.
El nearshoring, como antes las maquiladoras, se presentan como la panacea del futuro y del bienestar cuando en realidad apuntan a hondar en la desnacionalización y transnacionalización de la economía mexicana. Un salto al vacío sin redes de protección que implica una política de industrialización soberana y de integración hacia el Sur.
No faltan los propagandistas e ideólogos que exhortan abandonar caros planteamientos de la izquierda como la histórica aspiración por la integración hacia el Sur; particularmente, con nuestra América. Con un progresista timbre panamericanista animan a profundizar la integración con Norteamérica, opuesto al multilateralismo.
Sirvan las anteriores reflexiones para contextualizar las huelgas, desesperadamente defensivas, en dos maquiladoras ubicadas en Matamoros, Tamaulipas: Componentes Universales y Edemsa CDS, que el 22 de marzo y el 6 de julio del año en curso cierran sus operaciones sin previo aviso, para evadir el pago de liquidaciones afectando, respectivamente, a sus más de 600 y 400 trabajadoras y trabajadores sindicalizados y eventuales.
Las huelgas estalladas en las mencionadas maquiladoras, deberán encontrar la solución justa garantizando la liquidación conforme la ley, respetando antigüedad, en muchos casos de treinta, veinte y quince años de trabajo y, conquistas laborales.
También debe servir para que las autoridades laborales, judiciales y económicas tengan un papel proactivo inhibidora de las prácticas reprobables de capitales golondrinos.
Pero, sobre todo, para evitar que nuestros migrantes sigan arriesgándose allende la frontera por empleo y bienestar; evocando a Alfonsina Storni:


¡Oh! ¡Pobres golondrinas que se van a buscar como los emigrantes, a las tierras extrañas, la migaja de pan!

Es necesario hablar, discutir y construir una política industrial productiva propia; restablecer y desarrollar nuevas cadenas de valor detonadoras de empleos decentes y salarios suficientes en sectores y ramas económicas aprovechando nuestras fortalezas, recursos y prácticas sustentables.

SICmx

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