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MONSEÑOR FIDENCIO LÓPEZ PLAZA, LA NUEVA CARA DE LA IGLESIA CATÓLICA

Por Agustín Escobar Ledesma.

Oriundo del municipio de San José Iturbide, Guanajuato, Monseñor Fidencio López Plaza es el nuevo Obispo de la Diócesis de Querétaro, a partir del 12 de septiembre de 2020. Desde sus inicios en el sacerdocio católico, ha sido un cura de a pie quien, al buscar a Dios en soledad lo encontró en comunidad, entre los humillados y ofendidos -como dice Dostoyevski-, de las parroquias de la periferia de la ciudad de Querétaro y en los pueblos ñhöñhö-chichimecas de la Sierra Gorda guanajuatense que, como sabemos, históricamente, han vivido en la pobreza extrema y se han debatido en obscenos niveles de marginación.

Seguramente la trayectoria de monseñor López Plaza, en su opción preferencial por los pobres, la liberación de los oprimidos y de los que sufren injusticia, se convirtió en el fiel de la balanza para que el Papa Francisco fijara sus ojos en él para nombrarlo, primero, en marzo de 2015, obispo de San Andrés Tuxtla, Veracruz, porque es evidente que el nuevo Obispo de Querétaro no nació en pañales de seda como sus antecesores, sino más bien en un pesebre, rodeado por la pobreza endémica del noreste guanajuatense.

La feligresía católica de la colonia Palmas de Querétaro debe de estar con el alma henchida de gozo al saber que quien estuvo al frente de la Parroquia Misterio del Pentecostés de 2002 a 2015, ahora es el Obispo que el Papa Francisco ha investido para su consuelo.

Quienes también deben de estar muy entusiasmados con el nuevo Obispo son los habitantes de la parroquia de Santo Tomás, Tierra Blanca, Guanajuato, lugar en el que López Plaza estuvo de 1996 a 2002 en este municipio de raíces chichimecas y otomíes enclavado en la semidesértica Sierra Gorda de Guanajuato.

De 1989 a 1996, el Obispo Mario de Gasperín Gasperín nombró a Fidencio López Plaza, Primer Párroco de la Parroquia de Cristo de las Bienaventuranzas, ubicada en Menchaca, colonia aledaña a la de Peñuelas, que se caracterizan por altos niveles de inseguridad y violencia de Querétaro.

Como podemos advertir, los zapatos de López Plaza están impregnados con el polvo de los caminos de su feligresía, con la que adquiere un profundo compromiso social, tal y como lo podemos advertir en el libro de su autoría, publicado en 2006 bajo el título “Mi abuelo me contó…”, que es un estudio monográfico de la parroquia de Santo Tomás Apóstol, Tierra Blanca, Guanajuato.

El libro contiene la tradición oral de la comunidad, la memoria histórica, las fiestas y la cosmovisión de la cultura otomí-chichimeca, desde una perspectiva antropológica y sociológica enfocada en dar voz a quienes no lo tienen, compromiso que da continuidad a la fecunda labor pastoral realizada por don Samuel Ruiz García (1924-2011), durante su obispado en San Cristóbal de las Casas, Chiapas y que pasara los últimos años de su vida en nuestra ciudad.

El libro es una especie de Biblia de los desprotegidos del noreste guanajuatense porque además, es de carácter colectivo y colaboraron en la revisión, compilación y organización del contenido profesores de Tierra Blanca, entre quienes se encuentran Carmen Hurtado Romero, María Guadalupe Sánchez Jamaica, León Rodríguez García, Calixto Gallegos Basaldúa y Aristeo Ramírez Moreno.

En la introducción del texto López Plaza señala que él fue una persona privilegiada al escuchar las voces de los habitantes de Tierra Blanca y se dio cuenta que las expresiones de la gente de la cultura indígena “son como anclas que unen el tiempo y que recuerdan de manera permanente de dónde venimos, dónde estamos y a dónde vamos”.

El texto es una reivindicación y revalorización de las manifestaciones de la cultura chichimeca-hñähñö, cuyos habitantes originarios, con sus tradiciones, fiestas, ceremonias, usos y costumbres, como bien dice López Plaza, “están apelando a su conciencia sobre la obligación de mantener la memoria histórica y de servir de lazo entre los antepasados y los que vendrán después”.

La sensibilidad con la que fue realizado este proyecto editorial lleva a López Plaza a investigar y ahondar en las raíces prehispánicas de la filosofía hñöhñö u otomí “A volver a pensar en estas cosas y después de mi paso por estas benditas tierras, me llegan recuerdos e imágenes de aquel mundo lleno de misterio y, como decían nuestros Obispos en Puebla [En referencia a la tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en 1974, en Puebla], de “hondas creencias”, de “actitudes básicas” y un colorido de ricas “expresiones” y manifestaciones de una cosmovisión de la que no se puede prescindir a la hora de la evangelización” (pp 13-14).

Desde mi perspectiva, el nombramiento de Fidencio López Plaza como décimo Obispo de la Diócesis de Querétaro (que también abarca algunos municipios del noreste de Guanajuato), podría modificar la correlación de poder que históricamente ha detentado la Iglesia católica por su estrecha relación con el poder político y económico.

Y es que, como sabemos, los nueve anteriores Obispos queretanos, por el conservadurismo de sus ideas, tácitamente mantuvieron la opción preferencial por los ricos y esta situación podría revertirse en favor de la opción preferencial por los pobres, tal y como lo pregona el Santo Padre que vive en Roma y cuya representación en la Diócesis de Querétaro es el décimo Obispo, Fidencio López Plaza, quien, por su trayectoria, está inscrito en la denominada teología de la liberación, movimiento latinoamericano surgido en la década de los sesenta del siglo XX, con las comunidades eclesiales de base que advertían en los pobres, la redención de la humanidad.

Como dice Leonardo Boff, uno de los teólogos de la liberación más destacados: “La liberación de los de los oprimidos, de los pobres y de los que sufren injusticia. Y eso lo es con claridad indudable. Este ha sido siempre, en realidad, el propósito de la teología de la liberación. Primero viene la liberación concreta del hambre, de la miseria y la degradación moral y de la ruptura con Dios. Esta realidad pertenece a los bienes del Reino de Dios y estaba en los propósitos de Jesús. Después, viene en segundo lugar la reflexión sobre el hecho real: en qué medida se realiza ahí anticipadamente el Reino de Dios y en qué medida el cristianismo, con el capital espiritual heredado de Jesús, puede colaborar, junto con otros grupos humanitarios, en esta liberación necesaria”.

A sus setenta años de edad, el Obispo Fidencio López Plaza tiene ante sí el reto y la oportunidad de abrir las oxidadas y chirriantes puertas de la Iglesia católica a los humillados y ofendidos de siempre que en nuestros días, no solamente son las personas pobres sino aquellas que son discriminadas por sus preferencias sexuales, así como las mujeres que sufren violencia de género y son asesinadas impunemente, además de la devastación ecológica de nuestra Madre Naturaleza.

SIC mx

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