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LA FÁBULA DEL ÁGUILA Y LA GALLINA

LA FÁBULA DEL ÁGUILA Y LA GALLINA

Leonardo Boff.  Profesor de Ética en la Universidad de Río de Janeiro. Tradujo Daniel Rodríguez, MCCLP. México, 2000.

La globalización representa una nueva etapa en el proceso de cosmogénesis y de antropogénesis. Tenemos que entrar en ella. No de la manera que las potencias controladoras del mercado mundial quieren (mercado competitivo nada comparativo) solamente interesadas en nuestras riquezas materiales reduciéndonos a meros consumidores.

Se percibe un desmesurado entusiasmo del actual gobierno por la globalización. El presidente habla de ella sin matices que situarán nuestra singularidad con la debida luz: tener capacidad para ser voz propia y no ser eco de la voz de otros.

Para él y sus aliados cuento una historia que viene de un pequeño país de África, Gana, narrada por un educador popular, James Agrery, a principios del siglo pasado cuando se daban las luchas por la descolonización.

Ojalá los haga pensar.

Érase una vez un campesino que fue al bosque cercano para atrapar algún pájaro y tenerlo cautivo en su casa. Lo que atrapó fue un aguilucho. Lo puso en el gallinero junto con las gallinas.

Creció como una gallina.

Después de cinco años, recibió la visita de un naturalista, que al pasar por el corral le dijo. “Ese pájaro que está ahí no es una gallina, es un águila”.

“Cierto contestó el campesino es un águila pero la crié como gallina. Ya no es un águila.

Ahora es una gallina como las otras”.

“No, respondió el naturalista, es y será un águila pues tiene corazón de águila. Su corazón la hará volar un día por las alturas”.

“No insistió el hombre ya se volvió gallina y jamás volará como un águila”.

Convinieron, entonces, hacer una prueba. El naturalista tomó al águila, la levantó alto desafiándola, dijo: “Ya eres águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela”. El águila se quedó fija en el brazo extendido del naturalista, miraba distraídamente a su alrededor, vio a las gallinas abajo comiendo granos y saltó junto a ellas.

El campesino comentó: “Te lo dije, ya se transformó en una simple gallina”.

“No, insistió de nuevo el naturalista, es un águila y un águila siempre será un águila. Vamos a probar de nuevo mañana”.

Al día siguiente el naturalista subió con el águila al techo de la casa. Le susurró: “Águila, ya eres un águila, abre tus alas al vuelo”.

Pero cuando el águila vio abajo a las gallinas picoteando el suelo, saltó y fue a parar junto a ellas.

El campesino sonrió y volvió a la carga: “Te lo dije se volvió gallina”.

“¡No! respondió firmemente el naturalista, es águila y poseerá siempre un corazón de águila; vamos a probar por última vez, mañana la haré volar”.

Al día siguiente el naturalista y el campesino se levantaron muy temprano, tomaron el águila, y la llevaron hasta lo alto de una montaña:  El sol estaba saliendo y doraba los picos de las montañas.

El naturalista levantó al águila a lo alto y le ordenó: “Águila, ya eres un águila, ya que perteneces al cielo y no a la tierra, abre tus alas y vuela”.

El águila miró al rededor, temblaba, como si experimentara una nueva vida. Entonces, el naturalista la agarró firmemente en dirección al sol, de manera que sus ojos se pudieran llenar de luz y pudieran ver las dimensiones del vasto horizonte.

Fue cuando abrió sus potentes alas, se erigió soberana sobre sí misma. Y comenzó a volar y volar hacia lo alto. A volar cada vez más sobre las alturas. Y nunca más volvió.


El texto original de este artículo fue publicado por sicmx.org

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